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Los internos reciben formación en oficios, electricidad, informática o braille, y al recuperar la libertad son conectados con empresas dispuestas a contratarlos
INTERNACIONAL27/10/2025
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En muchos países, las cárceles siguen siendo espacios donde la reinserción social se queda en el discurso y la reincidencia es la norma y uno de los mayores desafíos del sistema penitenciario. Sin embargo, un grupo de voluntarios argentinos ha logrado lo que muchos programas no han conseguido: reducir drásticamente la reincidencia criminal a través del deporte, la educación y el empleo. La historia de Julián Ojeda, un exrecluso que cambió el fútbol por el rugby dentro de una cárcel en las afueras de Buenos Aires, ilustra el poder transformador del modelo impulsado por la Fundación Espartanos, hoy replicado en Latinoamérica, Europa y África.
Julián creció en Los Polvorines, un barrio humilde de la periferia. Su vida cambió en 2018, cuando fue detenido y pasó cuatro años en la Unidad 46 del Complejo Penitenciario San Martín. “Fue por una mala decisión, por falta de trabajo y de dinero. Mis padres me habían enseñado valores, pero en ese momento elegí mal y terminé preso”, recuerda. En aquel entorno hostil, encontró una inesperada vía de redención: el rugby.
“Siempre jugué al fútbol y pensaba que el rugby era para gente con dinero. Pero cuando llegaron los Espartanos y empezamos a entrenar, vi que era otra cosa. Aprendimos reglas, disciplina, respeto, a trabajar en equipo. Hasta el más duro se aflojó”, explica.
Lo que empezó como una actividad recreativa dentro del penal se convirtió en una herramienta de transformación personal y social. Con el apoyo de voluntarios y entrenadores, los internos no solo aprendieron un deporte, sino también valores de disciplina, compañerismo y respeto mutuo, pilares que luego trasladaron a su vida fuera de los muros.
La Fundación Espartanos nació en 2009 como una iniciativa de un grupo de voluntarios que decidió enseñar rugby en cárceles de las afueras de la capital. Lo que comenzó con un puñado de internos hoy se ha convertido en un modelo de inclusión reconocido internacionalmente, con presencia en 65 prisiones, de las cuales 47 están en Argentina y 18 distribuidas entre Chile, Uruguay, Perú, El Salvador, España y Kenia.
Su metodología es integral: combina deporte, espiritualidad, educación y empleabilidad. Según datos del Sistema Nacional de Estadística de Ejecución de la Pena (2024), la tasa de reincidencia entre los participantes que logran empleo es inferior al 5%, frente al promedio nacional del 28%. “El rugby abre la puerta, pero lo más importante es el vínculo. Escucharlos, estar, proponerles una rutina. Ellos nos transforman tanto como nosotros a ellos”, resume Santiago Cerutti, cofundador y coordinador del programa.
Tres veces por semana, equipos de voluntarios ingresan en las Unidades 46, 47 y 48 de San Martín para entrenar con más de 570 internos, entre ellos 80 mujeres. Las sesiones incluyen calentamiento, práctica, partidos cortos y un cierre en círculo, donde cada participante comparte pensamientos o vivencias personales. El espacio espiritual —donde también se reza el rosario— se ha convertido en una instancia de catarsis emocional y reconstrucción de la autoestima.
El modelo ha llamado la atención de organizaciones penitenciarias de distintos países. En España, por ejemplo, varias cárceles han adoptado la metodología Espartanos, adaptándola a su contexto local con apoyo de clubes de rugby regionales. En Kenia, el programa se implementa en colaboración con la World Rugby Foundation, centrado en jóvenes privados de libertad en Nairobi.
El proceso de reinserción laboral es una de las claves del éxito del programa. Los internos reciben formación en oficios, electricidad, informática o braille, y al recuperar la libertad son conectados con empresas dispuestas a contratarlos. Julián consiguió trabajo en ID Logistics, una empresa multinacional con sede en la zona, donde lleva tres años en el área operativa.
“Es un trabajador comprometido, responsable y con enorme predisposición para aprender”, afirma Hugo Yannane, jefe de operaciones. Su compañero Andrés Delgadillo agrega: “Es de los primeros en llegar y de los que menos falta. Cada año está postulado como mejor compañero”.
El programa no solo beneficia a los participantes, sino también a las empresas que los incorporan, que descubren en ellos trabajadores leales y motivados. “A veces el prejuicio social dice que no rinden o que no se integran. La realidad es exactamente la contraria: Julián es prueba de que, cuando se da la oportunidad, ellos la honran”, concluye Cerutti.
Hoy, Julián vive en el mismo lote que su familia, construyendo su propia casa y criando a su hijo de tres años. Su sueño es volver algún día al penal, pero esta vez como entrenador. “El rugby me dio valores, amigos y un estilo de vida. Antes me acostaba cansado de buscar trabajo; hoy me acuesto cansado de trabajar. Y esa es la diferencia”, afirma con una sonrisa.
Con Información de: La Nación

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